SILVIA

PRIMERA PARTE

Lunes, 6 de mayo de 2019

Un día cualquiera, a una hora cualquiera, con un café entre las manos y con la mirada perdida viendo a la gente pasar de un lado a otro a través del gran ventanal. Solo de verla caminar ya me da pereza. Últimamente todo me agobia y no sé por qué. Si lo supiera no estaría en esta pequeña cafetería escribiendo en mi blog de notas como una loca. Y otra vez me encuentro con la misma mirada… Ese chaval de ojos oscuros y pelo alborotado me recuerda a mí, no sé porqué, pero hay algo en su mirada que tiene que ver con esto que yo siento desde hace dos años. En sus ojos se pueden leer la palabra «pena».

Cuando no estoy a gusto, cuando algo me preocupa o simplemente cuando me siento perdida… siempre vengo aquí a encontrarme. Me gusta este sitio, es acogedor; en invierno es calentito y en verano me gusta ver el transito de gente deambulando por la calle. Eso me relaja, porque en cada una de esas caras desconocidas se refleja la pena, el dolor, la alegría, la preocupación, la ilusión o la desgana. Cada una de esas personas acarrean con su propia carga… Y me doy cuenta que no solo soy yo la que vive perdida.

Desde hace dos años este ha sido mi lugar favorito. Más exactamente desde el mismo día que me dejó Pablo topé con este sitio por casualidad.

Era un sábado a las siete de la tarde de un día cualquiera, a una hora cualquiera cuando yo me dirigía después de clase al piso de Pablo (mi novio). Llevaba días notándolo raro, pero me decía que le faltaba tiempo hasta para respirar que necesitaba más tiempo para él, que últimamente se notaba agobiado. Así que le dejé su espacio… Pero ese día decidí plantarme en su piso y pedirle explicaciones. Yo podía entender todo lo que me pedía: él estaba en fin de carrera, yo comenzaba mi primer año de universidad; él trabajaba mientras estudiaba para poder pagarse sus estudios, yo vivía en el limbo de mi adolescencia; él era siete años mayor que yo y yo era una adolescente con ganas de comerse el mundo, él tenía su cabeza bien amoblada y yo (según él) tenía mi cabeza en todos lados menos donde la tenía que tener; él quería poder trabajar de lo que había estudiado y yo lo acompañaría hasta el final de este mundo…

Pero ahí estaba el problema, en este mundo no había sitio para una chiquilla atolondrada que aún necesitaba madurar y terminar de hacerse mujer.

No se anduvo con rodeos, me lo dejó todo tan claro que sus palabras aún me siguen retumbando los oídos…

«Silvia me he dado cuenta de que tú y yo no estamos en el mismo bando, no necesito más tiempo para saber que no estamos hechos el uno para el otro. Yo busco algo más en esta vida y está visto que tú no me lo puedes dar… necesito viajar y hacerme un hueco en el mundo laboral. Y mírate, aún eres una chiquilla con ganas de soñar…»

«¿Pero… me quieres?»

Y su silencio me dio la contestación exacta que yo necesitaba. Cuando aquellas palabras salieron de mi boca ya tenía un nudo en la garganta y las lagrimas habían comenzado a empapar toda mi cara… No quería creérmelo, no podía ni imaginarme una vida sin Pablo. Con él había crecido, me había hecho mujer, había conocido el amor, (o eso creía) y me acababa de humillar, de hacerme sentir poca cosa y sobre todo me había hecho sentir culpable de tener ganas de reír. No me podía estar creyendo que me hubiese dicho que no me quería con su silencio, con un silencio de cobardes. La bilis bajaba y subía a sus anchas. Yo no dije nada más… él ya lo había dicho todo. Me dio a entender que no me quería, que no significa nada para él y que en este mundo no había sitio para los dos.

Ese seis de mayo de dos mil diecisiete corrí por las calles hasta quedarme sin fuerza en las piernas, me apoyé la espalda en un ventanal frío como el hielo y me dejé caer apoyando mi cabeza entre mis rodillas. Lloré hasta que me di cuenta que ya nada volvería a tener sentido y cuando me levanté del suelo reparé en la gran cristalera que incitaba a entrar…

Evidentemente entré sin pensármelo dos veces, necesitaba resguardarme de ese vacío tan profundo. Cualquier cosa sería mejor que sentir esas amargas palabras que se repetían una y otra vez en mi cabeza… Cuando mi mirada recorrió el local algo me hizo sentirme arropada. No sé si el ambiente o las grandes estanterías cargadas de libros o la música antigua de fondo o el olor a café recién hecho o el ver a la gente pasar por la calle y darme cuenta de que no era la única que le faltaba algo en la vida… Pero aquel lugar me hizo relajarme y dejar de llorar, dejé de sentirme sola por un momento y la pena fue más llevadera. También me incitó a escribir el que hoy es «Mi diario».

Y desde entonces casi todos los días vengo y me siento junto al ventanal a ver a la gente pasar, a pensar en lo que ahora se ha convertido mi vida y en lo que será mañana… Esa mirada también sigue estando ahí, en el mismo sitio, pero al igual que yo con el paso de los días, las semanas y los meses se ha ido apaciguando. Incluso me ha dedicado alguna que otra sonrisa, pero yo no le he hecho mucho caso porque lo más seguro es que sean imaginaciones mías…

Continuará…

Publicado por Sandra Ruiz

Amante de los libros que me dejan huella. En ocasiones escribo y en muchas otras sueño despierta...

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