TRES, DOS, UNO… ¡A BAILAR! (capítulo 5: Creciendo con Alex)

Marta le dio al play… Y en tres, dos, uno empezó a sonar un remix de música. Primero muy suave, y con ella iban siguiendo los movimientos cada uno, todos al mismo ritmo: mismos movimientos, misma conexión, misma intensidad… Los chicos estaban colocados en la parte de atrás; Tina, Marta y Sara en la parte delantera. Todos en forma de zig zag iban alternando movimientos, cada vez más agitados. Ellas tres se movían todavía más conectadas, como si se tratase de una única persona con un mismo objetivo, y los chicos desde atrás seguían sus pasos y de vez en cuando alternaban alguna que otra voltereta en el aire. Ninguno perdía el ritmo; todos al mismo compás.

Mi cara era todo un poema, a la que le seguía una sonrisa de oreja a oreja, la cual no me dejaba parpadear. Me encantaba lo que estaba viendo, tanto que apoyé mi espalda en la pared y me dejé caer hacia el suelo por pura inercia. Me quedé sentada con la mirada clavada en aquellos seis cuerpos que no dejaban de bailar. Hasta que no acabaron la maravillosa coreografía no pude cerrar la boca, mi cara era de… ≤<¡Yo también quiero!>>.

-Venga, pequeña! ¡Ahora te toca a ti! -Marta lo debió de leer en mi cara, porque vino directa hasta mí. Aún con su respiración agitada por el esfuerzo y sin dejarme ni responder, me cogió de las manos y de un tirón me levantó de un salto-. Te enseño los pasos rápido y después los entrelazamos todos con la música…

-¿Qué dices, loca? -reaccioné a tiempo -. Yo eso… No, no voy a saber hacerlo. – Le dije, negando también con mi cabeza, aturdida por la emoción.

-¡Ya verás! Es muy fácil, solo escucha la música y déjate llevar… -Tina, desde atrás, insistía.

-En serio, lo que yo hago es muy diferente a lo que acabo de ser. Me tengo que ir a clase, ¡mañana nos vemos!

Y salí corriendo.

-Pero… ¡Alex!

Escuché mi nombre a lo lejos. No me volví y seguí corriendo en dirección a la escuela.

***

Madre mía, en nada se parecía lo que acababa de ver con lo que yo hacía día tras día en la escuela de danza. Ellos cuando bailaban eran auténticos: se les notaban que disfrutaban con cada movimiento que les permitían sus articulaciones; transmitían fuerza, tanta pasión y tanta seguridad en sí mismos que realmente asustaban.

Cuando yo bailo mi cabeza es la que manda en mi cuerpo (espalda recta, brazos estirados, barbilla cerca del esternón, sissone, cabeza erguida, demi-plié…); ellos, en cambio, bailaban con el alma, con el corazón, con los sentimientos… Y Marta diciendo… ¿qué solo me deje llevar? ¡JA! Me he tirado parte de mi vida acatando órdenes y rectificando cada una de mis posiciones como para ahora dejarme llevar sin más, como si fuera tan fácil…

Y no es que esté diciendo que no me gusta lo que hago, para nada: la danza me encanta y es mi vida, pero es algo tan… tan diferente que no se puede comparar. Son como dos polos opuestos, como la noche y el día, como la muerte y la vida, como el amor y el odio, pero al fin y al cabo dos polos que se atraen.

La danza es sofisticación y el strip dance es la locura total. Cuando bailo también siento, pero mi cabeza me impide dejarme llevar, mi mente solo trata de corregir movimientos erróneos. Y lo que acaban de ver mis ojos y de sentir mi corazón no lo había sentido jamás. Solo la vez que mi madre me llevó a ver mi primera obra sentí algo parecido en el estómago y, desde entonces, supe que quise bailar y volar como aquellas bailarinas que parecían pura seda.

Cuando los vi bailar empecé a notar algo dentro de mí, algo fuerte, una especie de sentimiento, como una mezcla de todos los sentidos juntos dentro de mi estómago, algo así… como si mezcladas el chocolate y la nata, te lo llevaras todo a la boca y te parases durante unos segundos con los ojos cerrados para saborearlo mejor. Sí, eso es: es como el placer que te hace sentir esa mezcla de sabores dentro de tu boca… Pues algo parecido fue lo que yo llegué a sentir, una especie de placer dentro de mí, una corriente de calor que recorrió toda mi espalda.

Aluciné en colores cuando viene moverse a las chicas y en especial a Marta, aunque todas parecían una sola; repito, increíble, pero Marta destacaba entre todos. Y ya ni qué deciros de cuando vi a los chicos compenetrarse de esa manera entre ellos, sintiendo cada uno de sus movimientos y haciéndome sentir a mí y a mi cuerpo también. Cuando vi a Eric bailar me quise morir. Si con solo su mirada ya me provocaba… imaginad lo que podía hacer con sus movimientos.

En aquellos momentos no llegué a entender qué fue lo que me hizo salir de allí corriendo como un petardo; ahora he podido comprender lo que me pasaba. Y es que…

Yo era nueva en eso, nueva en sentir, en experimentar sensaciones. Y lo que empecé a notar en mi estómago no me era familiar. Me asusté y corrí como una tonta hasta que llegué a comprender que eso era agradable y que quería un poco más.

Y… ¿por qué no dejarme llevar?

Publicado por Sandra Ruiz

Amante de los libros que me dejan huella. En ocasiones escribo y en muchas otras sueño despierta...

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