Así es… hoy vengo a mostrarte una pequeña parte de una nueva historia que estoy escribiendo y que aún no tiene título…
Espero que te guste porque está escrita para ti…
Capítulo uno
Sabía que hoy iba a ser un día un tanto desastroso desde que puse el primer pie fuera de mi cama. Últimamente mis ánimos desganados me acompañan desde que me levanto hasta que me acuesto.
No tenía ganas de nada y menos de ir a trabajar.
Me senté en el filo de la cama y busqué con la punta del pie mis zapatillas de estar por casa. Aún adormilada conseguí dar con ellas y con los ojos entornados por el sueño me fui directa al cuarto de baño. Necesitaba una ducha urgentemente o algo que por lo menos me espabilara.
-¡Mierda! ¡¿Pero… qué diablos…?!
Nada más salir de mi habitación tropecé con unos zapatos de tacón, lo que me hizo caer de boca contra el suelo. Esta vez no me haría falta una ducha para espabilarme, el maldito golpe me había despertado en cuestión de segundos y también me había dejado con un par de neuronas menos.
-¡¿Y esto…?! ¡¿Pero qué… demonios… es?!
Cogí con la punta de mis dedos una de las prendas que había esparramada por el suelo y con cara de asco la solté tan pronto como la había cogido.
-¡No puede ser! ¡Otra vez no…!
Me lamenté y de un salto me levanté más que cabreada conmigo por soportar todo aquello, por aguantar mi vida que cada vez la soportaba menos, por Julia, por todos los hombres del planeta que considero unos auténticos cerdos.
Di un portazo para cerrar la puerta del baño, me quité el pijama con rabia y me metí en la ducha sin esperar a que el agua caliente callera.
-¡¡Mierrrr-coles!!! ¡¡¡Que fría!!! –Grité tan fuerte que seguro que se escuchó en todo el bloque, pero me dió lo mismo. Seguí maldiciendo para mis adentros.
El día no podía haber empezado peor, y eso que solo llevaba quince minutos despierta. Me había levantado con un humor de perros, para colmo me hostio contra el suelo, un poco más y me como los gallumbos de alguien cuyo nombre seguro que desconozco y para rematar el momentazo mañanero me tengo que duchar con agua fría porque la bombona de butano se ha terminado y mi querida compañera de piso no es ni siquiera para decirlo y menos para cambiarla. Pero ahí no queda todo… el siguiente paso es subirse al metro, lo odio a más no poder, porque me agobia que me achuchen, no me gusta el roceteo que se genera continuamente, que a más de uno he pillado arrimando la cebolleta al querer. ¡Qué asco, por Dios! Y aparte me aburren ver las mismas caras de siempre y nunca encuentro asiento porque está hasta la bola de gente. Pero bueno, eso no es nuevo para mí. Esto es el pan de cada día.
Como de costumbre cojo mis cascos del móvil e intento perderme entre la música de mi Spotify. La música amansa a las fieras y yo ahora mismo soy pura furia.
Al llegar al trabajo, corro despavorida por la puerta del edificio, eso también es costumbre. Llego tarde, así que saludo con rapidez al guardia de seguridad y continúo con mi maratón. Nunca nadie saluda a Valentín, pero yo sí, no me cuesta ningún trabajo ser amable con alguien que veo todos los días en la misma postura rígida y con la misma cara seria. Solo por eso ya me cae bien. Pienso mientras sigo con la carrera rápida.
Cojo el ascensor porque trabajo en la novena planta del edificio, y subir todas esas escaleras a primera hora de la mañana como que no. Además que según el día que me ha tocado seguro que me caigo y me rompo las medias o me parto un tacón o se me raja la falda por el trasero… A saber…
Una vez dentro del ascensor echo el poco aire que me queda en los pulmones y por fin puedo relajarme aunque solo sean unos cortos minutos. Me dejo caer en una de las esquinas, cierro los ojos e intento dejar la mente en blanco por unos segundos.
-Perdone… ¿se encuentra bien?
Una voz ronca me trae de vuelta al mundo real. Al abrir los parpados me encuentro con el Christian Grey de la empresa. Me acabo de quedar loca y muda. Parpadeo muy rápido para cerciorarme de lo que ven mis ojos. ¡¡Uauuhh!! Pues sí que es tan guapo como dicen… Pienso en voz alta para mí suerte.
-¿Le pasa algo, señorita? –Me vuelve a preguntar algo extrañado, me coge por el brazo y eso hace que me retuerza un poco incómoda porque odio que me toquen.
-Sí, sí, sí, sí, sí, estoy bien… –Respondo de una manera torpe, demasiado torpe para mi gusto.
Seguro que parezco monguer, pero es lo que tiene cuando me pongo nerviosa y cabreada porque alguien acaba de invadir mi zona personal.
Las puertas del ascensor de pronto se vuelven a abrir y fin del trayecto porque los dos nos bajamos en la misma planta. Y yo no tengo nada mejor que hacer que quedarme plantada viendo como el Christian Grey de quien tanto habla la gente se aleja con paso firme y elegante. Que evidentemente no se llama así, este se llama David. El jefe de todo aquello. Mi jefe, al que solo he visto dos veces y de lejos. Y tampoco es que tenga nada de espectacular, solo una cara bonita y un traje caro…
-Ya has visto a tu jefe ¿no? Toma anda y límpiate la baba…
María, una de mis compañeras y amigas desde hace años me pasa un pañuelo en plan de coña.
-¿En serio le acabo de decir cinco veces, sí? ¿Cómo he podido parecer tan imbécil?
Me lamento en voz alta mientras me dirijo hacía mi mesa e ignoro el gesto de mi amiga.
-Hija, eso nos pasa a todas la primera vez que lo vemos. Bueno y la segunda, la tercera y todas las veces que te cruces vas a chorrear sudor y más cosas…, además de poner cara de mosca y luego soltarás la primera gilipollez que se te venga a la mente, pareciendo así la mayor imbécil del planeta. Es pura ciencia, te lo dice una experta.
María me contesta y yo me río con disimulo, pero lo que me acaba de pasar no es precisamente por lo bueno que está… Así que lo puedo sumar a mi lista de peor día de la semana.
Pero ahí no queda todo…
https://sandraruiz.blog/2020/02/20/personajes-de-mi-siguiente-novela/
Querida Sandra, siempre ahí, como debe ser. Gracias
Te doy un abrazo grande.
Rosa
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Muchísimas gracias guapa. Muchos besos y abrazos
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