Desde hace tiempo que rondaba una idea por mi cabeza, para aquel entonces, un poco descabellada. Más bien, cada vez que me paraba a pensarlo la parte más cuerda de mi mente me repetía una y otra vez que sería una locura, un tremenda locura. Por eso nunca me decidía, por miedo al que dirán, por esa clase de sentimiento que me recorría el cuerpo cada vez que lo pensaba en frío, sí, eso que se hace llamar «vergüenza». Me hacía sentir insegura, vulnerable a los pensamientos ajenos. Pero… una noche cuando terminé de leer mi libro preferido, de mi escritora favorita… me decidí:
-Voy a escribir, quiero intentarlo, necesito contar estas historias que me taladran la cabeza, quiero vivir la experiencia de crear mi propia historia, quiero darle vida a esos personajes que me susurran al oído… Y así fue.
Empecé con Alex… Me metí dentro del personaje y con paciencia le fui dando forma. Una tarde la cogí de la mano y le pedí que me describiera ese sentimiento que le retorcía el alma. Me hablaba bajito al oído y me trasmitía con cada palabra esa conmoción que la hacía más vulnerable ante el mundo…
He de reconocer que con Alex he llorado, he reído, he vuelto a llorar, he brindado, me he enamorado e incluso he sentido escalofríos. Me ha hecho imaginar, también soñar y ahora tengo que dejarla marchar, pero… No puedo, no quiero porque sigue aquí dentro. En mi cabeza, en mi pecho, en mi corazón… pero sobre todo sigue aquí, en eso que se hace llamar alma…